martes, 14 de diciembre de 2010

El Comunismo de Consejos

: : Por Paul Mattick (1939) : :

No puede haber ninguna duda de que esas fuerzas sociales, generalmente conocidas como el "movimiento obrero" que se elevó durante los últimos cien años y que, cuantitativamente, alcanzó su expansión máxima poco antes y poco después de la [I] Guerra Mundial, están ahora definitivamente en declive. Aunque esta situación sea reconocida, alegre o renuentemente, por la gente interesada en las cuestiones obreras, las explicaciones realistas de este fenómeno son escasas. Donde el movimiento obrero fue destruído por fuerzas externas, queda el problema de cómo fue eliminado a pesar de la aparente fortaleza que había adquirido en su largo período de desarrollo. Donde se desintegró por propio acuerdo, queda la cuestión de por qué no ha aparecido un nuevo movimiento obrero, dado que las condiciones sociales que producen tales movimientos existen todavía.

I

La mayoría de las explicaciones ofrecidas no convencen, porque se ofrecen solamente con el propósito de servir a los intereses específicos e inmediatos de los partidarios involucrados en problemas obreros, por no mencionar sus limitaciones en el conocimiento teórico y empírico. Pero, peor que una posición falsa o inadecuada acerca de la cuestión de la responsabilidad del presente impasse del movimiento obrero, es la incapacidad resultante para formular cursos que lleven a una nueva acción independiente de la clase obrera. No hay escasez de propuestas acerca de cómo revivir al movimiento obrero; sin embargo, el investigador serio no puede ayudar señalando que todas esas propuestas de un "nuevo comienzo" no son, en realidad, más que la reiteración y el redescubrimiento de ideas y formas de actividad desarrolladas con mucha mayor claridad y consistencia durante los comienzos del movimiento obrero moderno. Al refutar la idea de la aplicación exitosa de estos principios redescubiertos y --en comparación con desarrollos más tardíos-- radicales, debe considerarse no sólo que estos principios habrán de ser inadecuados, dado que estaban necesariamente ligados a una fase de desarrollo completamente diferente de la sociedad capitalista, sino que ya no encajan, ni pueden ya hacerse encajar, en un movimiento obrero que ha basado su filosofía, formas de organización y actividades durante demasiado tiempo, y con demasiado éxito, en aspiraciones totalmente contrarias al contenido de estos principios más tempranos.
No ha de esperarse un resurgir del viejo movimiento obrero; ese movimiento obrero que pueda ser considerado nuevo tendrá que destruir los rasgos mismos del viejo movimiento obrero, que eran considerados su fortaleza. Debe evitar sus éxitos, y no puede aspirar meramente a una expresión organizativa "mejor que antes"; debe entender todas las implicaciones de la fase presente del desarrollo capitalista y organizarse de acuerdo con ello; no debe basar sus formas de acción en las ideas tradicionales, sino en las posibilidades y necesidades dadas. Volver a los ideales del pasado, bajo las condiciones sociales generales presentes, significaría sólo una muerte más temprana para el movimiento obrero. No fue meramente la cobardía de los amos de las organizaciones obreras y de la burocracia obrera ligada a ellas lo que originó las muchas derrotas sufridas en los conflictos recientes con las clases dominantes y determinó el resultado de la huelga "general" en Francia; sino, más que eso, un reconocimiento claro o instintivo de que el movimiento obrero presente no puede actuar contra las necesidades capitalistas, de que sólo puede, de un modo u otro, servir a los intereses capitalistas específicos e históricamente determinados.
Dejando a un lado a aquellas organizaciones y funcionarios que, desde el principio, concibieron su función como no más que participar en la distribución de la riqueza creada por los trabajadores, bien a través de la extorsión abierta o bien a través de la organización del mercado de trabajo, esto es mucho más obvio: hoy los dirigentes obreros, lo mismo que los trabajadores mismos, son más o menos conscientes de su incapacidad de actuar contra el capitalismo, y el cinismo que exhiben tantos dirigentes obreros en tales políticas prácticas --en cuanto son todavía posibles--, es decir, "venderlo todo", puede considerarse también como la actitud más realista, derivada del reconocimiento pleno de una situación cambiada. El sentido de la futilidad que predomina en el movimiento obrero actual no puede disiparse mediante un uso más pródigo de la fraseología radical, ni mediante una completa subordinación a las clases dominantes, como se intenta en muchos países donde los dirigentes obreros claman por la "planificación nacional"[1] y por una solución al problema social dentro de las condiciones de producción presentes. Sobre una base de acción tal, el viejo movimiento obrero no puede ayudar copiando de las vagas propuestas de los movimientos fascistas, y como imitadores tendrán aún menos éxito que los originales. El fascismo, y la abolición del movimiento obrero presente conectada con él, no puede ser detenido con métodos fascistas ni con la adopción de las metas fascistas por el movimiento obrero mismo.

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